¿Quién más le temía a las abejas cuando era chico?
Recuerdo la confianza con la que se acercaban a todo refresco o limonada en la escuela y el parque, y como muchos salían corriendo sin mirar atrás mientras otros tomábamos la ruta de paralizarnos in situ, cerrando los ojos y conteniendo la respiración hasta no escuchar más el zumbido de estos insectos intrépidos.
Si alguien se atrevía a ahuyentar o hasta acabar con una abeja lejos de ser mal visto se convertía en el héroe de la tarde, recuperando con un periodicazo la tranquilidad de la hora del snack.
Años tuvieron que pasar para que nos diéramos cuenta de que la mala fama de las abejas pertenece solo a las caricaturas y películas como recurso cómico o dramático (¿quién se acuerda de Macaulay Culkin en My Girl?), y que en realidad la mayoría no son bélicas, ni están interesadas en picarnos (ni es tan peligroso si lo hacen, a menos de que seas alérgico). Lo más importante: la labor que realizan es importantísima para el ecosistema.
Estas pequeñas criaturas son las encargadas de polinizar el 90% de los cultivos que nos alimentan, además de crear productos que usamos a diario. Se trata de seres inteligentes, generosos, trabajadores y organizados. Básicamente los necesitamos más a ellos que ellos a nosotros y de no existir (¡hoy están en peligro!) estaríamos en gravísimos problemas.
Por eso metí al carrito Mi vida de abeja (Editorial Libros del Zorro Rojo) apenas lo vi en Felishop. Con texto sencillo de Kirsten Hall e ilustraciones bellas de Isabelle Arsenault, este librito amarillo te invita a acompañar a las abejas durante todo un año, pasando por la recolección de néctar y la fabricación de miel de una manera dinámica, entretenida y hasta poética.
Una forma hermosa de adentrarnos a la colmena, lugar maravilloso donde la magia sucede y refugio de estos interesantes animalitos que vale la pena que nuestros pequeños conozcan, valoren y defiendan desde la niñez.